Un momento de silencio, Yom Hazikaron
El día miércoles 22 de abril se conmemoró en nuestro Colegio Secundario Israelita Gral. San Martín Iom Hazikaron. Alumnos y profesores se pusieron de pie para recordar a los caídos en defensa del Estado de Israel. Iom Hazikaron los reunió en el Beit Midrash Ierushalaim para rememorar y honrar el dolor por la muerte de aquellos que en distintas circunstancias cayeron ante los enemigos de nuestro pueblo. Como es habitual, la conmemoración se realiza previamente al festejo de Iom Haatzmaut, día de celebración de la independencia.
En el marco de un respetuoso y sincero silencio, los talmidim escucharon la explicación del moré Guily Seiferheld, Director del área Judaica, y vieron atentamente un video en el cual se mostró cómo se vive este día en Israel, ya que todos los ciudadanos se detienen de inmediato al sonido de la sirena, estén donde estén y se suspenden por dos minutos de manera completa todas las actividades del país.
Seguidamente, la morá Meital Grin leyó a los presentes un cuento muy emotivo para todos. Al borde de las lágrimas, la docente contó la historia que relata la madre de Guni, un soldado de las Fuerzas de Defensa de Israel, sobre su hijo, que cayó en combate. *Al final de la nota compartimos el relato.
Finalmente, se encendió una vela en recuerdo de las 23.320 víctimas de atentados terroristas y de todos los hombres y mujeres que murieron trágicamente por proteger al Estado de Israel.
LA HISTORIA DE GUNI
“Había una vez... Así empiezan muchos cuentos. Este cuento también empieza así: una vez tuve un hijo y su nombre era Guni. Guni nació en otros tiempos, en otra Jerusalén. Él nació entre guerras, después de la Guerra de la Independencia y antes de una guerra que hasta entonces no sabíamos de qué se trataba, sólo deseábamos que nunca comience. Guni era muy travieso. Mirándolo comprendí que tenía un hijo testarudo. Alguien que sabe exactamente lo que quiere. Cuando paseábamos no quería sentarse en el cochecito, prefería empujarlo.
Nosotros vivíamos en Emek Hamatzleva. Para Iom Haatzmaut se llenaba de soldados. Una vez, el tío de Guni, siendo él soldado, lo dejó entrar en un tanque. Todos sus amigos lo envidiaron. Guni comprendió que era muy chico y que faltaría mucho tiempo para ser un soldado de verdad. Entonces Guni logró dirigir su propio ejército de amigos. Acampaban cerca de una gran piedra llevando la bandera de Israel para que el mundo reconozca que ese era su lugar.
Guni siempre quiso ser Comandante en el ejército. Cuando tenía once años, empezó la guerra de los seis días. Guni estaba muy triste de no ser grande para ir a luchar. Cuando terminó la guerra todos estábamos muy felices. Guni estaba triste. ¿Por qué? Porque ahora no quedaba ningún lugar que él pudiese conquistar cuando sea comandante.
Guni fue madrij en la tnuá. Todos los martes y los sábados iba a las actividades. Él quería mucho a sus compañeros. Y aun más a sus janijim.
Cuando se transformó en un hombre, se enroló al ejército, como todos. Hay chicos que no saben qué hacer en el ejército. Pero Guni sabía que quería estar en la “Saieret”, la unidad más importante del ejército. Y así fue. Siguió entrenándose hasta convertirse en Oficial de la Saieret. Conoció a sus soldados y los quiso mucho, siempre se preocupaba por ellos. La gente le decía: “Y Guni, ¿para cuando te casás?” Y Guni reía y no contestaba. Porque él sabía lo que yo no sabía, y sus compañeros tampoco. El ejército se preparaba para la guerra. La Saieret se preparaba para una lucha muy difícil.
Un día le dijeron a Guni que pondrían un nuevo comandante y a él lo ascenderían a otro puesto. Guni pensó y pensó. Él quería quedarse en el ejército, pero también quería estudiar en la universidad. Creía que era hora de casarse y como no llegó a decidirse, pensó que sería bueno viajar al exterior. Compró un pasaje a Estados Unidos, devolvió las armas al ejército y organizó una fiesta para celebrar su baja del ejército. Y pensó que en una semana estaría en Nueva York. Y entonces…
El gobierno decidió comenzar la guerra. Era primavera, el mes de junio, año 1982, Guni tenía veinticinco años. En Shabat, después de su fiesta, Guni se subió a su auto y volvió al ejército. Porque había guerra. Y sus soldados, los que él entrenó y que condujo, y que amó, salían a luchar.
Es verdad que ya tenían un nuevo comandante, es verdad que Guni podía quedarse en su casa y viajar a América. Pero Guni amaba a sus soldados y consideraba que era responsable de ellos, y por eso debía volver a la Saieret. Toda la noche duró el combate. Pelearon dentro de túneles y, sobre ellos, dispararon, arrojaron granadas. Ya cuando llegó la mañana, flameaba la bandera de la Saieret. Seis de los soldados murieron. También Guni. A la mañana vinieron a anunciarme que Guni había muerto. Mi niño hermoso, mi Héroe. Que se transformó en hombre y en combatiente; en comandante y en vencedor. Murió.
Yo pensé en mi pequeño, que tenía el ejército más grande en su barrio. Y lloré.
Guni amaba su patria. Y él amaba a sus amigos. Y pensaba que era responsable de sus soldados. Él no murió por que odiara a los árabes, ni porque quería ser un héroe. Él murió porque quería ser un héroe, por el amor a esta tierra hermosa, que conoció a lo largo de su vida. Y por el ejército que consideró a Guni como el mejor. Y por sus soldados que creyeron en él.
Este es el triste final para un cuento real. Es un triste final para Guni y para mí, pero no para ustedes, chicos. Guni quiso que vivan en paz y tranquilidad, que crezcan con alegría como el creció, que vayan a la jardín y a la escuela, y que paseen por Israel y la amen. Y que haya paz en ustedes y sobre todo Israel.
Y si habrá paz, y no habrá más guerra, entonces este cuento sobre Guni será una leyenda.”